lunes, 20 de diciembre de 2004

La farola apagada

En una noche oscura en la gran ciudad, mientras volvía a su casa, un pequeño quark tuvo que pasar por una calle solitaria. Afortunadamente había farolas cada diez o quince metros y la calle estaba bien iluminada. El pequeño quark se sintió afortunado, ya que las farolas podían iluminarle bien el camino y protegerlo así de los peligros que a veces hay en calles solitarias mal iluminadas.

Mientras avanzaba, vio a lo lejos que una de las farolas no alumbraba: estaba apagada. El pequeño quark sintió miedo al principio, porque aquella farola sin luz seguro que escondía muchas cosas que podrían hacer peligrar su vida. Pero al poco tiempo ese miedo desapareció, y sintió lástima por la farola. Sintió pena de que la pobre farola no pudiese iluminar. Era la única en toda la calle que no podía. Y una farola que no alumbra pierde mucho.

Pero cuando el pequeño quark llegó a la zona oscura, bajo la pobre farola, algo grande ocurrió: el pequeño quark miró hacia arriba y pudo ver la luz de miles de millones de estrellas. Azules, amarillas, rojas, unas muy lejanas, otras mucho más lejanas y otras mucho más lejanas aún.

Y se quedó ahí un buen rato, contemplando el espectáculo que solo le podía ofrecer la única farola que no tenía nada que ofrecer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...y las farolas son como las personas. La farola que no da luz te muestra otras muchisimas cosas. En gran parte de las ocasiones es mejor arriesgarse a pasar por un lugar oscuro, que caminar por sitios tan iluminados que ciegan y desorientan.

Narú.
http://blogia.com/mysoul