domingo, 10 de septiembre de 2006

seguridad en la distancia


Aquella mañana se levantó un poco más aturdido que de costumbre. Se incorporó, se restregó un poco la cara y miró a su alrededor buscando sus gafas de ver. Ah, ahí están. Se inclinó pesadamente y, alargando su nudosa mano hacia la mesa de noche, agarró las lentes con toda la precisión que le permitían sus 78 años. Se puso las gafas. Conforme iba despertando, su mente se aclaraba y poco a poco comenzaba a recordar cosas: mi dormitorio... hoy es miércoles... mi libreta, ¿dónde la habré dejado?...

Su libreta era sagrada. En ella iba apuntando las tareas importantes de cada día, sus gastos, recordatorios... ciertamente, esa libreta constituía su memoria. Tomó esa costumbre de apuntarlo todo varios años atrás, cuando empezaba a notar pequeñas lagunas mentales. Y aunque con el tiempo fue dependiendo más y más de aquel pequeño taco de papeles anillados y menos de sí mismo, esa pequeña molestia no le turbaba demasiado. Aceptaba que su falta de memoria era ley de vida y era consciente de que sus años vigorosos, que ya pasaron, los invirtió en la experiencia y serenidad que ahora disfrutaba. Se sentía satisfecho y feliz de haber vivido una existencia plena en la que había saboreado el éxito personal en su trabajo, el amor y la entrega incondicional en la que fue su mujer, la alegría de sus hijos y el calor de sus nietos. La confianza de sus amigos y las lecciones de vida de sus pocos enemigos.

Así que alguna que otra laguna mental, el azúcar, el reúma y otros achaques propios de su edad no eran más que señales que le recordaban que estaba llegando a la cumbre de la vida sin haberse saltado ninguna etapa. El curso de la vida en su orden natural.

Aunque su vista ya no era lo que fue en su día, aún podía presumir entre sus amistades de conservar su carnet de conducir, lo cual le permitía cada miércoles por la tarde ir a visitar a su hijo y a sus nietos a la ciudad vecina. Despacito y con buena letra, pero por sus propios medios. Orgulloso de poder demostrar que todavía era autosuficiente.

Fue precisamente esa combinación de experiencia de la vida y orgullo personal lo que ayudo a conservar la calma ese miércoles por la tarde cuando conducía por su carretera, sin prisa pero sin pausa, camino de ver a sus nietos. Cuando ese conductor cuarenta primaveras más joven pegó su coche detrás y comenzó a lanzarle destellos mientras le enviaba al asilo a base de insultos. Un descuido podría haber sido fatal.

Paciencia. Después de todo, aquel pobre chaval estresado no sabía lo que era ver la vida desde lo alto de la montaña. Creía que por correr más iba a llegar antes a la cumbre... Y a lo mejor era así. Cuando más tarde el chaval le adelantó en un tramo donde no estaba permitido adelantar, el anciano se preguntó si algún día ese chaval podría también disfrutar de poder llevar en sus nudosas manos su propia autosuficiencia... o dejaría su vida por el camino, rompiéndose así el orden natural de las cosas.

7 comentarios:

apropositode dijo...

Un amigo me comentó una vez, justo después de haber fallecido su suegra, que había sentido por segunda vez la llamada pulsión de la muerte.

La primera fue con una amiga, que fuera hace años su primera novia, y que murió atropellada en el lugar donde se despedían cada día.

Cuando pierdes a una persona muy cercana a ti: una madre, un amigo, un abuelo, sientes mayor vulnerabiblidad, mayor sensibilidad ante lo que te rodea y quiénes te rodean.

Entonces te preguntas qué has hecho hasta entonces con tu vida, qué has conseguido, quién sigue a tu lado. Y empiezas a echar de menos lo que no tienes, pero sólo lo que es realmente importante.

Mi amigo espera un hijo que nacerá el próximo febrero.

Anónimo dijo...

(Suspiro) Mas vale llegar tarde, que no llegar nunca.

Te voy a hacer un poquito mas feliz:

El jueves, a las 21:30 empieza en "La Sexta" una serie llamada "Prison Break". Tiene muy muy buena pinta ;)

Nere dijo...
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Nere dijo...

Pequeño Qvark, hace apenas unos meses, caminando hacia el Hospital de San Rafael, sola y en silencio como cada mañana, reflexionaba sobre todas las imágenes que me asaltaban a mi paso. Sonrío cuando suceden estas cosas porque me veo en medio de un montón de gente pero aislada de todos ellos, separada por una barrera de seguridad que sólo la observación proporciona.
Como decía, la calle San Juan de Dios estaba en obras, el tráfico a las 9 de la mañana no era más que un amasijo de coches con la ingenua esperanza de avanzar. Curiosamente observé que bajo estas condiciones había una alta correlación entre conductores de cierta edad (lo que llamaríamos mediana edad, unos 40-50 años)que perdían la paciencia y proliferaban gritos contra sus obstáculos. La actitud de las pocas personas ancianas que se econtraban por allí era muy distinta. "Ellos ya no tienen prisa", pensé.

Supongo que ha cierta edad se cree que lo tendrás todo en la vida cuando tu jefe te de dos palmaditas en la espalda, te asciendan y puedas comprar un coche más caro que el de tu vecino. También supongo quienes contemplan la vida desde el tramo final, donde la vuelta atrás es imposible y las horas triplican su valor, esas "prisas" por llegar a ninguna parte deben resultar bastante ridículas.

Hay una frase de una canción de Manolo García que me gusta y creo que describe bastante bien este tema: "supe del metálico rugido de motores en su efímera carrera hacia el confín del horizonte"

Cambiaría el "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" por "no pretendas concentrar en hoy auquello que te ofrecen todas las mañanas"

Hay mucho por vivir, mejor sin prisas, que disfrutemos del tiempo para deleitarnos en los detalles.

Un beso.

pequeño qvark dijo...

Tengo que pediros disculpas, tengo el blog un poco guarrete. A ver si encuentro algún momento para desempolvarlo. Cambiar de trabajo y de ciudad no debería hacerme perder las buenas costumbres :)


.:· Bárbara: En su día ya te comenté algo que me vino a la mente cuando me hablaste de lo que entendíamos por "pulsión de muerte" (algo que he estado buscando pero no he encontrado realmente a qué se refiere). Hace poco sabes que perdí a un viejo amigo del campo, alguien por quien sentía un especial cariño a pesar de (o tal vez debido a) las circunstancias en que se encontraba. Sentí una pérdida irreparable, pero al mismo tiempo experimenté unas ganas locas de vivir, de exprimir cada día observando todo a mi alrededor, de no dejar escapar nada de lo que percibo. Y me sentía más feliz. A pesar de la pérdida me sentía más feliz. Es curioso cómo la muerte me ha traído vida, pensé. Parecía como si la vida que había dejado a mi amigo se hubiese dividido y un trocito me hubiese correspondido a mí. Supongo que el resto de los trocitos les habría caido a tantas otras personas que le querían. No deja de ser una fantasía, pero pensar que pudiera ser verdad me hace sentir bien :)

.:· Antonio

Estoy en Sevilla. Trabajando en otro sitio (no, no es en la competencia de nuestra antigua empresa xD). Aquí todos viven más rápido, y como vivo en un piso compartido me toca hacer todo lo que antes me hacían en casa (ahora te entiendo, Mamá, más vale tarde que nunca...).

.:· Nere

Gracias por despertar al pequeño qvark, que llevaba dormido... casi tres meses! Uf...

Es muy cierto todo lo que dices, lo comparto al 100%. Pero como soy así, me resulta inevitable darle otra vuelta de tuerca al asunto. Vivir con prisas o sin prisas. Como tu has visto en la calle, y en general en toda la sociedad, cuanto más viejos somos menos prisas tenemos. Puede ser por lo que decimos (a esas alturas de la vida las prisas resultan ridículas), o puede ser por un intento inconsciente de hacer que el tiempo no se nos acabe, de hacer más largo el rato que nos queda aquí. Aunque también puede ser simplemente que cuando uno llega a viejo no tiene fuerza ni mental ni física para aguantar muchas prisas...

Pero si es así, es así. Todavía no somos ancianos, Nere. Yo pienso como tú, que hay que vivir sin prisas porque ahí está la clave para saber apreciar lo que nos rodea. Pero muchas veces es inevitable, tu lo sabes. Estamos dentro de la corriente y si no corres, los demás pasarán por encima tuya.

¿Para qué sirve entonces darse cuenta de todo esto si no puedes evitarlo? Tal vez sólo para ser consciente de lo que estamos haciendo con nuestras vidas. Saber que, aunque vamos al ritmo que nos imprime la corriente, no nos estamos dejando llevar por ella.

Nere dijo...

(^_^) Me ha despertado una sonrisa la última frase del primer párrafo [en la que has incluido tu "vuelta de tuerca", ese siempre será un buen ejercicio, no pierdas tus costumbres ;)]

La última frase me gusta: "saber que, aunque vamos al ritmo que nos imprime la corriente, no nos estamos dejando llevar por ella"

Inevitablemente existen algunas obligaciones más molestas que otras, inevitablemente ciertas responsabilidades nos exigen demasiada dedicación. Pero aquí estamos, discutiendo sobre un tema que nos ha despertado a los dos, haciendo un gesto que otros considerarían insignificante, restando con él tiempo a lo que "verdaderamente importa". Yo pregunto ¿a quién le importa? Sólo con estas palabras que hemos compartido, leerte, estimular mi mente, sonreir al mismo tiempo hoy me voy a la cama sintiéndome más reconfortada y sí, aunque suena exagerado, un poco más feliz.

pequeño qvark dijo...

Lo que verdaderamente importa enfrentado a lo que verdaderamente me importa a mí.

Lo absoluto enfrentado a lo relativo. (Al menos en este caso. Podríamos llevarnos horas discutiendo sobre si hay una sola verdad o la verdad es algo muy subjetivo).

Gracias por contestar. Yo también empiezo hoy el trabajo un poquito más feliz. :)